Capítulo 8
—No estaremos aquí tanto tiempo —le informó Emily a Mac. Ya eso mismo se lo había repetido una y otra vez a sí misma, al pasear por los bosques, al sentarse en la sala, al mirar por la ventana hacia el jardín—. No estaremos aquí lo suficiente para que Tom sienta apego.
Sin embargo, no sabía que eso sucedería en horas, o a lo mucho en un día. No contaba con la bienvenida a casa, el dormitorio propio, el caballito llamado Topper, el niño que bajaba por la vereda y que era justo de su edad, sin mencionar a la Abuela Fiona y al Tío Mac.
Emily no estaba segura de cuándo se había conectado Tom con Mac.
Ella no le dijo a Tom que esa era la familia de su madre y cuando confrontó a Mac sobre eso la noche siguiente, él expuso que tampoco. Emily suponía que había sido Fiona, pero no importaba. A la hora de acostarse, el segundo día, Tom lo sabía.
—¿Por qué Mac no me dijo que era mi tío? —inquirió cuando ella lo acomodaba en la cama y le daba el beso de buenas noches—. Tú aseguraste que era tu amigo.
¿Por qué no me lo contaste? ¿Fue porque mi mamá se peleó con ellos?
Sin desear mentir, Emily asintió.
—Mas o menos.
Tom suspiró.
—Eso pensé. La abuela dice que en realidad lamenta todo eso; asegura que ellos estaban equivocados.
—Bien —dijo Emily, suponía que debía sentirse contenta de que Fiona lamentara lo que había sucedido, aunque fuera un poco tarde, al menos en lo que se relacionaba con Mari.
—¿Lo estaban, verdad? —preguntó Tom, sonriente. Había sonreído casi todo el día y por lo menos eso complacía a Emily. Extendió su mano y tomó los deditos que se curvaron alrededor de los suyos—. Estoy contento de que podamos ser amigos ahora —continuó el pequeño—. Si no puedo tener un papito, me da gusto que al menos Mac sea mi tío. Mañana vamos a montar de nuevo, Emily. Eric va a venir, el niño que conocí hoy y que vive cerca del camino. ¿Puedes venir tú también?
—No lo sé —la chica no quería alentarlo a montar, no deseaba animarlo en su amistad con Eric. Ansiaba que Fiona se pusiera bien y que pudieran irse.
—No vamos a irnos pronto, ¿verdad? —ahora Tom la miraba preocupado y eso exactamente era lo que Emily temía.
—Yo… no lo sé. No podemos imponemos —expresó tensa.
—No nos imponemos. Esta es una casa grande —manifestó el niño—.
Demasiado grande dice la abuela; ella asegura que necesita niños que vivan aquí —la miraba esperanzado y temeroso al mismo tiempo. Emily apretó los dientes.
—Quizá algún día será así. Ahora, debemos ir a dormir.
—¿Otros niños? —Tom parecía triste—. ¿Crees que ellos tendrán mi habitación?
—¿Qué? Oh, no lo sé. Pero no importa, en realidad no es tu dormitorio Tom.
Es…
—¡Sí lo es! —levantó la barbilla y sus ojos color café la retaron—. Es mi habitación. Me lo dijo el tío Mac.
El tío Mac, maldito tío Mac, pensó Emily.
—No voy a discutir contigo sobre eso, Tom —se inclinó y besó su frente—.
Ahora, tuviste un gran día y estás cansado, así que deja de hablar y duérmete.
—Es mi habitación —musitó el niño cuando Emily se dirigía hacia la puerta y pretendió no escucharlo. Apagó la luz.
—Buenas noches, Tommy —trató de que su voz sonara ligera, aunque sin mucho éxito.
—Buenas noches… —farfulló Tom y cuando ella casi estaba afuera, añadió—: Por favor, ven a montar mañana, Emmy. Por favor.
—Ya veremos —dijo después de una pausa.
Ella fue a montar con ellos en la mañana, no porque deseara hacerlo, ni porque tuviera un ardiente deseo de estar con Mac, sino porque sentía que tenía que proteger sus intereses. Si no lo hacía, podía perder a Tom.
Montaron de los establos a la pradera y luego hacia un pequeño arroyuelo que alimentaba al lago según le informó Tom y que era un gran lugar para pescar.
—El tío Mac dice que quizá podamos pescar ahí esta tarde —le comentó con los ojos brillantes por la excitación.
—Pensé que verías a tu abuela hoy —espetó Emily. No se molestó en mirar a MacPherson que montaba un enorme semental junto a ella.
—Después que vayamos a ver a su abuela —aclaró Mac. Entonces la joven lo miró.
—¿No tienes trabajo que hacer?
—Se hace —respondió con facilidad—. Y tengo mis prioridades.
Y ahora esas prioridades parecían ser pasar cada momento con Tom. Emily sabía que no debían sorprenderle los extremos a los que él llegaba para ganarse al niño y sin embargo, lo encontraba irritante.
—¿Vamos a detenernos para recoger a Eric? —preguntó Tom a su tío después que rodearon la laguna y se dirigían hacia los sombreados bosques.
—Si quieres.
Tom asintió.
—Es más divertido con él. Él es un buen jinete, Emily. Espera a que lo veas.
La chica no había conocido al nuevo amigo de Tom, Eric Barnes, el día anterior.
Sólo había sabido de él, pero tenía sentimientos mezclados sobre esa relación. No es que no quisiera que su sobrino tuviera amigos, sino que ella sabía que se irían pronto. ¿Qué pasaría si Tom hacía amigos y luego los perdía?
Pero no podía explicarle eso a él y estaba segura de que Mac no lo haría. Él diría que no pretendía luchar con ella por Tom, mas no había razón para creerle. Además, todo parecía indicar que él no necesitaría hacerlo, porque Tom lo haría por él.
Se endureció para conocer a Eric, pero éste resultó ser un alegre niñito, a quien le faltaba un diente al frente y tenía ambas rodillas lastimadas. Exactamente el tipo de amigo que le gustaría que Tom tuviera, en los Estados Unidos, no allí.
A Emily también le gustó su madre, una mujer práctica y un poco brusca llamada Anne, que desyerbaba su jardín junto con dos pequeñitos descalzos, y se sintió complacida cuando Mac se ofreció a llevarse a Eric con ellos por un rato.
—¿Está seguro? Puede ser muy travieso —expresó con candidez.
—Estoy seguro —respondió Mac—. Tenemos uno propio —y posó la mirada en Tom. Y Anne le sonrió y luego a Emily.
—Estoy tan contenta de que hayan venido —comentó a la joven—. No hay niños de la edad de Eric por aquí cerca, ni los ha habido hasta ahora.
Emily abrió la boca para explicarle que ella y Tom no se quedarían, pero Mac la interrumpió:
—No nos tardaremos más de una hora. Te veremos después, Anne —y encaminó a Emily y los niños por la vereda sin permitirle a la chica decir otra palabra.
Con el entrecejo fruncido, la joven reconocía lo que él se proponía y no estaba complacida.
Mac trató de conversar durante esa hora y ella apenas respondió, pretendiendo interesarse en el escenario o en el caballo. No quería hablarle ni pensar en él. Era todavía demasiado reciente y severa su traición y sólo por el bien de Fiona, transigiría, pero deseaba no volver a verlo mientras viviera.
Cuando regresaron a los establos antes de comer, entregó su caballo a Barnaby, el mozo, tan pronto como pudo. La madre de Eric había invitado a Tom a quedarse a comer y prometió regresarlo antes que Mac fuera a visitar a Fiona. Si Emily pensó que montar con Mac en compañía de un niño de seis años era difícil, no fue nada comparado con montar a solas con él.
Se retrasaba, luego se adelantaba, todo para evitar charlar con él. Era demasiado doloroso y ahora esperaba escapar hacia la casa sin tener que decirle algo, pero la suerte no la acompañó. Mac la sujetó por el brazo cuando cerraba la puerta del establo.
—Tú no eres así, Emily —ella frunció el entrecejo.
—¿Cómo sabes cómo soy? Apenas me conoces.
Él movió la cabeza.
—Creo que te conozco mucho mejor que nadie. Sé cuánto te preocupa y deseas hacer feliz a Tom.
—Y lo usarás contra mí. Muchas gracias —murmuró con amargura.
—¡Maldición, Emily! No trato de usarlo contra ti. ¡Yo también quiero lo mejor para ti!
—Por supuesto —no había forma de que él no notara el sarcasmo en su voz.
Ella se libró de Mac y caminó deprisa hacia la casa, pero él la alcanzó.
—¿Recuerdas la vieja expresión de "La Venganza es Dulce'"?
—Entonces crees que por eso lo hago —lo miró.
—Creo que este sería un buen caso.
—¿Debo estarte agradecida por mentirme? ¿Agradecer esta manipulación con los brazos abiertos?
—¡Yo no mentí!
—Lo hiciste por omisión y no trates de salvar tu conciencia con definiciones o quizá ni la tienes —sintió satisfacción al ver sus pómulos enrojecer. Él iba a responder cuando subían por la escalera, pero Pedro abrió la puerta y dijo:
—Teléfono. Es Marzetti desde Nueva York. Es la llamada que esperabas.
—No hemos terminado esta discusión, Emily —Mac apretó los dientes.
—Tú quizá no —la chica se metió en la casa agradecida con el señor Marzetti, quienquiera que fuese. No quería escuchar algo más de Alejandro Gómez y MacPherson, especialmente sobre sus sentimientos. Él conocía muy bien cuáles eran.
¡Mari tenía razón en eso!
La chica se encontraba leyendo en su dormitorio cuando se suponía que Mac iría a recoger a Tom para llevarlo a visitar a Fiona esa tarde. Le había pedido a la señora Partridge una bandeja con la comida a fin de comer en su habitación, retirándose deliberadamente del resto de la gente. Se sentía un poco culpable por darle más trabajo al ama de llaves y entonces se dijo que en eso Mac tenía razón, siempre se preocupaba por los demás antes que por sí misma.
El llamado en la puerta, poco antes de las dos, la asustó y la hizo temer que Mac quisiera reanudar la pelea. Entonces, al comprender que quizá fuera la señora Partridge que iba a recoger la bandeja, se relajó.
Se sorprendió al ver que no era ninguno de ellos. Pedro la miraba como si deseara estar en otra parte.
—Siento molestarla —se disculpó de inmediato—. Temía, cuando no bajó a comer, que no se sintiera bien.
—Estoy bien —aseguró Emily—, sólo que no quería… —se detuvo apenada, porque no deseaba arrastrar a Pedro en su lucha contra su primo, pero el hombre parecía saber lo que iba a decir.
—Mac comentó que no bajó porque no deseaba verlo —aclaró con franqueza—.
Él dijo que a usted le complacería saber que se había ido a Nueva York.
—¿Se fue?
—La llamada telefónica. Hemos tenido algunos problemas con la oficina en aquella ciudad. Se habrían resuelto si él hubiera estado ahí, pero… —Pedro se detuvo, consciente de que se internaba en terreno peligroso.
—Debió estar ahí —declaró Emily con voz aguda—. La vida de todos sería mejor si se encargara de sus negocios.
—Quizá, pero creo que la tía Fiona… —no tuvo que terminar la oración, pues Emily sabía que él consideraba que su tía no viviría mucho tiempo sin el incentivo de ver a su nieto. Pensó que tal vez tuviera razón, aunque no lo admitiría.
—Bien —dijo con brusquedad—. Me complace que se haya ido.
Pedro sonrió.
—Sí, pero él quería pedirle que recogiera a Tom esta tarde y lo llevara a ver a la tía Fiona.
—¿Yo? —Emily lo miró y Pedro se encogió indefenso.
—Es lo que me pidió.
—Yo no quiero…
—Yo puedo hacerlo. Él pensó que usted…
—Siempre pensando, así es nuestro Mac —comentó Emily con amargura. Por supuesto que, dadas las circunstancias, ella prefería llevar a Tom al hospital. Querría estar ahí en lugar de enviarlo con Pedro, porque el niño todavía no lo conocía bien y, para el caso, tampoco lo conocía ella—. ¿Podríamos… saltarnos un día?
—Preferiríamos que no. Los doctores están complacidos con el progreso de la tía Fiona. No querríamos retrasarlo.
—No, por supuesto que no —aceptó Emily y aunque lo resentía, era verdad.
—Déjeme arreglarme un poco.
—Llamé a la señora Barnes y nos espera en media hora.
"Nos", naturalmente, pensó Emily. Mac no confiaría que ella fuera sola, así que comenzó a sentir ese familiar inicio de ira por sus taimadas tácticas.
—Estaré lista.
Antes que pudiera llegar a la puerta, la señora Partridge la llamó, pues tenía una llamada telefónica.
—¿Para mí? —Emily fruncía el entrecejo.
—Es el señor Alex.
La chica hizo un gesto.
—¿Qué?—dijo en el auricular.
—¿Irás con Tom al hospital?
—Seguí su decreto, mi Señor —escuchó una exclamación de ira.
—Dime lo que quieras, Emily, sólo que no la tomes con mi madre.
—¿Quién piensas que soy?
—Ya no estoy seguro —expresó con rudeza—, pero ella todavía está débil.
Necesita toda la esperanza que podamos darle y Tom es esa esperanza. No le digas que te lo llevarás.
—Acordamos…
—Acordamos que no te detendría cuando ella estuviera en casa y bien. Mi madre no sabe sobre nuestro acuerdo y no quiero que se lo digas.
—¿También a ella vas a mentirle?
—¡Maldición, Emily! ¡No quiero que muera!
La joven de inmediato lo lamentó.
—Lo sé —dijo quedo.
—Por favor…—parecía tener problemas con las palabras—, no le digas nada a ella —una pausa—. ¿Emily?
—No lo haré —aseguró la joven en voz baja—, pero tú tendrás que hacerlo en algún momento. No dejare que piense que es mi culpa.
—Yo se lo diré, en su momento.
—Pronto.
—En su momento —repitió—. No apresures las cosas.
—Quiero proseguir con mi vida.
—Puedes tener una buena vida donde estás ahora.
—No.
—Sí, ¡rayos! Emily. Deja de ser tan obstinada.
—¿Yo obstinada? ¡Mírate en el espejo señor Gómez! ¡Ahí verás un obstinado!
—Por todos los cielos, Emily, sabes que tuve que hacerlo. Entiende que tú no me habrías permitido acercarme…
—Y qué bueno habría sido eso.
—Tenemos que aclarar esta situación, pero ahora tengo que irme a Nueva York.
—¡Al fin libre! —musitó Emily y colgó antes que él dijera otra cosa.
Pedro esperó en el coche cuando ella salió a recoger a Tom con los Barnes. Tenía mirada brillante y estaba ansioso por mostrarle la casa de Eric y pareció desilusionado de que no estuviera Mac ahí. Emily lo sacó tan pronto como pudo sin ser descortés con Eric o su madre.
De hecho, le hubiera gustado quedarse a charlar con Anne Barnes. Era una mujer alegre y práctica, de quien admiraba su forma de criar a los niños. Sería agradable conocerla mejor, y ser su amiga.
Sin embargo, se forzó a permanecer distante, declinó la invitación de Anne para ella y Tom a comer con ellos al día siguiente y lamentó la desilusión de la otra mujer, cuando se negó.
—Lo comprendo —dijo Anne Barnes al acompañarla a la puerta—. Tienes una vida propia. Por un momento pensé que serías una mujer como yo, acorralada en una nave espacial victoriana que cruza el espacio conmigo y los niños a bordo, hasta que Douglas llega a casa a tomar el té —sonrió y Emily se sintió peor.
—Tal vez en otra oportunidad. Me gustaría, es sólo que…
—No te preocupes. Lo haremos —sugirió Anne—. Espero…
—Yo puedo —dijo Tom cuando caminaban al auto—. Yo no voy a estar ocupado mañana, ¿verdad?
—Yo… es probable —Emily no quería discutirlo. Ayudó a Tom a sujetar el cinturón, luego se metió en el coche junto a Pedro. No se dijo nada más camino al hospital.
Fiona estaba sentada en la cama, esperándolos. Parecía ansiosa, pero en el momento que miró a Tom, sus ojos se iluminaron y una sonrisa apareció en su rostro.
Emily pensó que se opacaría un poco cuando viera quién lo acompañaba, mas la sonrisa de la madre de Mac fue todavía más amplia cuando vio a la chica.
—Entra, entra, querida —abrazó a Tom y extendió los brazos hacia Emily.
Despacio, renuente, Emily se acercó.
Fue un momento agridulce, ya que Fiona era una mujer bondadosa y amorosa, con la que la joven se hubiera relacionado con facilidad en otro momento, otras circunstancias. Al faltarle el amor cálido de su propia madre, ella feliz se hubiera complacido con el de Fiona.
Pero, pronto se iría. Llevándose a Tom y lastimándola por ello, no podía acoger el abrazo de la anciana.
Fiona lo notó y bajó los brazos mirando a Emily con tristeza.
—Estás recordando el pasado ¿verdad? Recuerdas a Mari y… ¿a David? —fue difícil para ella mencionar el nombre del hermano de Emily y más difícil reconocer el doloroso abismo que existió entre ellos.
Emily asintió. Por supuesto que recordaba eso, pero más aún pensaba en los nuevos y dolorosos rompimientos.
—Fue una tontería —espetó Fiona—. Algo muy tonto. Mi esposo era un hombre fuerte y poderoso, que amaba profundamente, pero también uno que no podía entender que la gente no siempre deseaba hacer lo que él quería —sonrió de nuevo, en esta ocasión con añoranza y luego volvió su atención a Tom—¿Qué te parecería salir a dar un paseo hoy? Tengo una silla de ruedas.
El niño asintió.
—¿Puedo empujarla yo?
—Eso espero —aceptó su abuela y le pidió ayuda a Emily para sentarse en la silla—. Odio sentirme tan débil —gruñó—. Caminaba todos los días unos cinco kilómetros y ahora no puedo caminar dos metros.
La chica sintió la debilidad de Fiona cuando la anciana se acomodó en la silla.
—¿Está segura de que puede hacer esto? Han pasado sólo unos pocos días.
—Entre más pronto mejor —Fiona sonrió decidida—. Quiero irme a casa. Deseo ver a mi nieto ahí, no en un viejo hospital.
Así que Emily la ayudó, sintiéndose mal porque debió decirle a Fiona que se iría tan pronto como fuera posible y se llevaría a Tom con ella.
—Tómalo con calma —previno una enfermera al pequeño cuando llevaba a su abuela hacia la puerta—. Vete despacio.
—Lo haré —y Emily pudo percatarse de que eso intentaba. Su carita mostraba determinación y llevaba la lengua hacia la comisura de su boca, concentrado en maniobrar la silla por la puerta que ella abrió.
Una vez afuera, como Fiona había supuesto, Tom encontró bastante que le interesara. Empujaba la silla unos pocos metros, luego señalaba algo en el jardín por donde pasaban y su abuela lo urgía a que fuera más cerca para mirar. Eso provocó que él gastara suficiente energía al ir de aquí para allá, y regresar para llevar a la señora reportes de lo que descubría, dándole a ésta la oportunidad de charlar con Emily.
—Quería que Mac te encontrara —comentó con franqueza—. Sabía que tú no debías soportar la responsabilidad de Tom.
—¡Yo la quería! —exclamó Emily antes de poder detenerse y Fiona asintió y palmeó su mano.
—Por supuesto que sí, mi querida, pero tú también tienes una vida. Eres joven y llevar tal carga…
—Nunca lo vi como tal.
—No —Fiona le sonrió—. Supongo que no. Eres una persona cariñosa y es obvio que amas mucho a Tom. Me complace que hayas decidido compartirlo con nosotros.
Emily se mordió la lengua odiando a Mac por no permitirle decirle la verdad a su madre.
—Es bueno para Tom estar aquí y también para todos nosotros. Cuéntame sobre Mari y tu hermano.
Emily la miró, asustada por su solicitud. De lo que su cuñada le contó, la familia nunca quiso saber, se lo dijo con gran amargura en su voz.
—Nos importaba; siempre nos importó. Alfredo no estaba acostumbrado a que lo desobedecieran. Pero la llamó para darle una oportunidad.
—¿Lo hizo? —era la primera vez que Emily sabía de eso.
—¡Oh, sí! Alfredo no lo hubiera hecho porque era un hombre obstinado, pero también Mari lo era.
—Parece un rasgo familiar —musitó Emily.
—¿Qué? —Fiona reía y movió la cabeza—. ¡Oh no! Sólo Mari y Alfredo, no Alex. Alex siempre fue el pacificador o trataba de serlo.
Emily miraba a la anciana sin poder creer lo que oía.
—Él siempre se encontraba en medio. Era un niño tan callado, tan dispuesto.
Alfredo nunca pudo comprenderlo porque él sólo entendía a los "lanzallamas" como Mari.
Marielena podía ser eso, Emily lo reconoció, mas no podía creer que Alejandro Gómez y MacPherson fuera callado, dispuesto, el tipo pacificador. Sus dudas debieron mostrarse en su expresión, ya que Fiona continuó.
—Sabes que fue enviado para hacer entrar en razón a Mari cuando quiso casarse con tu hermano. Bueno, en realidad no deseaba hacerlo. Fue por Alfredo que lo hizo, pues nuestro Alex es muy responsable y siempre trataba de complacer a su padre. No quería fallarle en algo tan importante como eso. Debí decirle que Mari era muy parecida a mi esposo y que él no tenía oportunidad.
Fiona observaba a Tom que corría hacia un seto de rosales.
—Tom no se parece a su voluntariosa madre. ¿Se parece a su padre?
—Sí —afirmó Emily—. Tiene mucho de David.
—Bien. Mari era demasiado parecida a su padre para su bien. Ninguno de ellos cedía ni un ápice y todos sufrimos por su actitud —Fiona se estiró y asió la mano de Emily—. Ya ha habido suficiente sufrimiento. Debemos continuar desde aquí, todos nosotros y darle a Tom la mejor vida posible —levantó la vista y la fijó en la de la chica—. ¿Estás de acuerdo?
Emily cerró los ojos por un momento, después los abrió y encontró la mirada de Fiona, que de inmediato la desvió.
—Sí —murmuró—. ¡Oh, sí!